Nadie duda del potencial de la nanotecnología y de los grandes beneficios que proporcionará su desarrollo en el siglo XXI, debido a las propiedades físicas y químicas que adquieren los materiales a escala nanométrica (un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro). Sin embargo, en los últimos meses se han publicado numerosas historias en la prensa que alertan también de los posibles efectos de esta revolución en la salud y el medio ambiente.
Actualmente, existen escasos estudios científicos sobre los posibles riesgos de la nanotecnología. Entre otras razones, es una cuestión de números. Mientras que Estados Unidos invierte 4.500 millones de dólares en investigación nano, sólo el 5% por ciento de esos fondos están destinados a evaluar sus riesgos. En Europa, la inversión total alcanza los 600 millones de euros al año, y la investigación de posibles efectos, hasta ahora, ha sido sólo de 24 millones al año.
Para empezar a encontrar respuestas sobre el reto ambiental de la nueva revolución tecnológica, cuatro universidades estadounidenses acaban de iniciar un proyecto pionero, el Centro de Implicaciones Ambientales de la Nanotecnología (CEINT, por sus siglas en inglés). Una de sus labores consistirá en crear ecosistemas de laboratorio en los que se investigará el comportamiento de organismos y ecosistemas ante los nanomateriales.