En 2018 una nueva expresión ingresó al léxico de Silicon Valley: ” techlash “, o el riesgo de una rebelión de los consumidores y una reacción regulatoria contra las grandes compañías tecnológicas. Hoy esa amenaza parece haberse esfumado. Al mismo tiempo que los reguladores hablan de nuevas normas y los activistas se preocupan por el derecho a la privacidad, las acciones de las cinco firmas tecnológicas estadounidenses más grandes han estado en una corrida de ascenso en los últimos 12 meses -previo a la crisis del coronavirus- que deja la boca abierta, trepando un 52%.
Es difícil tomar la dimensión del incremento en el valor sumado de las firmas de casi US$2 billones: es aproximadamente equivalente al valor total de las bolsas de Alemania. Cuatro de las cinco firmas (Alphabet, Amazon, Apple y Microsoft) ahora valen cada una más de US$ 1 billón. (Facebook vale apenas US$620.000 millones.) Por más que se hable de “techlash” los administradores de fondos en Boston, Londres y Singapur se encogen de hombros y siguen adelante. Su cálculo es que nada puede detener a estas firmas, que están destinadas a obtener riquezas sin límite.
Esta gran alza del precio de las acciones de los gigantes tecnológicos genera dos preocupaciones. Una es si los inversores han alimentado una burbuja especulativa. Las cinco firmas, que valen de conjunto US$ 5,6 billones, componen casi un quinto del valor del índice S&P 500 de acciones estadounidenses. La última vez que el mercado estuvo tan concentrado fue hace 20 años, antes de un quiebre que provocó una caída generalizada. La otra preocupación, opuesta en su sentido, es que los inversores pueden tener razón. Las enormes valuaciones de las grandes firmas tecnológicas sugieren que sus ganancias aumentarán al doble aproximadamente en la próxima década, provocando temblores económicos mucho mayores en los países ricos y una concentración alarmante de poder económico y político.
La duda respecto de una burbuja es razonable. Los ciclos tecnológicos son una parte integral de la economía moderna. En la década del ’80 se dio un auge de los semiconductores. Luego en la década del ’90 llegaron las PC e Internet. Cada ciclo se desvanece o termina en una quiebra.
El auge actual comenzó en 2007 con el lanzamiento del iPhone. Para 2018 también parecía estar dando muestras de envejecimiento. Las ventas de celulares se estancaron. Los escándalos con los datos en Facebook cristalizaron en el enojo respecto del manejo de los gigantes tecnológicos de la privacidad.
Los entes reguladores antimonopólicos globales estaban en alerta. Y los casos de los dudosos “unicornios” tecnológicos, como Uber y WeWork, generan el tipo de espuma especulativa que se ve a menudo al final de un largo período de auge.
De hecho, al menos en el caso de los mayores gigantes tecnológicos, las valuaciones actuales se apoyan en cimientos más sólidos. Juntas, las cinco firmas más grandes han generado un flujo de caja deducida la inversión de US$ 178.000 millones en los últimos 12 meses. Su tamaño aún no ha detenido su expansión: el crecimiento medio de sus ventas, del 17% en el último trimestre, sigue siendo tan impactante como hace cinco años.
LA NACIÓN (07/03/2020)
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