La innovación sigue siendo la asignatura pendiente de la economía española. Pese a los esfuerzos de la Administración Pública y a los continuos llamamientos para un cambio de modelo económico que se oriente hacia sectores con mayor valor añadido, España continúa estando bastante por debajo de la media europea en inversiones en Investigación y Desarrollo (I+D).
El gasto en 2007 fue del 1,3% del PIB, frente al 1,8% del promedio de la Unión Europea (UE). La evolución de los últimos años tampoco invita al optimismo. Según el Cuadro de Indicadores de Competitividad de 2008, España ha mejorado un 11,2% su índice general en los últimos cuatro años, sólo ligerísimamente por encima del aumento de la UE, que tampoco es una potencia mundial en la materia.
A su nivel, el caso español representa a la perfección los males del cuadro clínico de la investigación y el desarrollo en la UE. Excesivamente dependiente del impulso público, que incluye los fondos europeos; escasa inversión empresarial y una interconexión deficiente en la transferencia de conocimiento entre los centros de investigación y las empresas, dejan a nuestro país en una posición media-baja de la clasificación europea.