Una biotecnológica española combate la esquizofrenia gracias al micromecenazgo

283

Hace tres años, la bioquímica Teresa Tarragó decidió dar un paso poco habitual en su profesión. “Llevaba 12 años investigando centrada con mi grupo en buscar nuevas dianas para enfermedades mentales, incluso patentamos algunas moléculas, pero nunca llegábamos a convertirlas en un medicamento nuevo o conseguir que una farmacéutica lo comprase”, explica. En 2011 Tarragó dejó la investigación a tiempo completo, fundó una empresa, Iproteos, y se lanzó a la aventura de convertir una de esas moléculas en un nuevo fármaco.

“En los últimos cinco años se ha demostrado que, antes de los brotes psicóticos característicos de la esquizofrenia, aparecen problemas de aprendizaje, dificultades con los estudios, falta de concentración o mala memoria, un conjunto de problemas que llamamos déficits cognitivos”, explica Tarragó. “No hay ningún fármaco que trate estos déficits y tenerlo es una gran necesidad”, añade.

En España, medio millón de personas sufren esquizofrenia. La dolencia castiga tanto a los pacientes como a sus familiares y es la tercera causa de discapacidad más frecuente entre jóvenes.
Antes de lanzarse al mundo empresarial, el equipo de Tarragó había demostrado que su nueva molécula, IPR19, funciona en ratones. Hecho esto debían cumplimentar el proceso regulatorio que demuestra ante las autoridades españolas e internacionales que el futuro fármaco es seguro e inofensivo en dosis repetidas (la esquizofrenia es una enfermedad crónica), a través de más pruebas en animales. Se trata de un proceso de al menos un año y cuyo coste supera con creces el millón de euros.

Recurriendo al micromecenazgo por acciones

La forma en la que Iproteos quiere conseguir este objetivo es muy especial. Surgida del Instituto de Investigación Biomédica (IRB) y la Universidad de Barcelona, la empresa ha sido la primera biotecnológica española que ha recurrido al micromecenazgo por acciones (equity crowdfunding), asegura Tarragó. A principios del verano comenzaron a buscar todo tipo de personas o empresas que quisieran financiar su proyecto. Al contrario que en el micromecenazgo normal, los participantes recibían a cambio acciones de la empresa.

”En torno a la mitad de las personas que participaron eran amas de casa, estudiantes y otras personas que no tenían ni idea de inversión, pero estaban muy interesadas en la ciencia y simpatizaban con los objetivos del proyecto”, recuerda Tarragó. La otra mitad sí tenía experiencia en inversión. Ninguno de ellos posee más de un 5% de la empresa, de la que los principales accionistas son Tarragó y Ernest Giralt, su mentor científico en el IRB.

Cuatro meses después ya habían conseguido el objetivo fijado: recaudar 100.000 euros. “Esta es sólo una pequeña parte de todo el dinero que necesitamos para llevar nuestro candidato a fármaco hasta los ensayos con personas, pero nos ayudó mucho a darnos a conocer”, explica Tarragó.

La empresa ha conseguido ya 1,7 millones de euros a través de una primera ronda de financiación, fondos públicos competitivos del Ministerio de Economía y de la Unión Europea, y el micromecenazgo. En estos momentos, Iproteos necesita otro millón y medio de euros para concluir toda la fase previa antes de los ensayos con pacientes, algo que esperan conseguir con una nueva ronda de financiación que comenzará  a mediados de 2015 y a la que cualquier persona que lo desee puede contribuir, explica Tarragó.

Si todo sale bien, en 2016 comenzarían los ensayos clínicos en humanos. “Creemos que podemos frenar el progreso de la esquizofrenia y mejorar la calidad de vida de los pacientes lo suficiente como para que puedan volver a trabajar o estudiar”, explica Tarragó. Además, la empresa ya tiene otras dos moléculas basadas en la misma tecnología con las que pretende atacar el párkinson y la epilepsia, también en fases tempranas.
¿Por qué el de Iproteos es un caso aislado? La respuesta está en la forma que tenemos de evaluar a los investigadores, opina Tarragó. “En general para los científicos que trabajan en centros de investigación básica, como el IRB, el CSIC o las universidades, su principal forma de evaluación es el impacto y número de publicaciones”, resalta. “Las patentes, spin-offs o productos cuentan muy poco o nada dependiendo del centro”, añade. Esto en parte ayuda a explicar por qué España, siendo la décima potencia mundial en número de publicaciones científicas, está por debajo del puesto 20 mundial en número de patentes.

El Confidencial (02/12/14)

http://bit.ly/1zcJuwH

Si te resultó útil...Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Email this to someone
email