Adiós agujas, las futuras vacunas se ingerirán como un caramelo

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A las puertas –ojalá sea pronto– de que exista una vacuna contra el coronavirus, llega una invención que puede facilitar en gran medida su transporte y distribución.

Maria Croyle, profesora de Farmacia en la Universidad de Texas, en Austin, explica cómo, junto a su equipo de investigadores e investigadoras, ha conseguido crear un sistema para administrar vacunas sin agujas. Lo hace en un artículo firmado por ella misma en The Conversation. Apunta la doctora que comenzaron a desarrollar esta tecnología en 2007, cuando los institutos nacionales de salud les pidieron que trabajaran en un método de entrega sin aguja y estable para una vacuna.

La idea, dice Croyle, de desarrollar una película se inspiró en un documental sobre cómo se puede preservar el ADN de los insectos y otros seres vivos durante millones de años en ámbar. Es lo que les hizo pensar en caramelos duros. En las primeras pruebas para conseguir un sistema de vacunas sin agujas unieron ingredientes naturales, como azúcares y sales, y analizaron su capacidad para formar un caramelo sólido de color ámbar. Muchas de las preparaciones primigenias, señala la profesora norteamericana, mataban al organismo a medida que la película se formaba o cristalizaba durante el almacenamiento, destruyendo el virus o la bacteria que trataban de preservar.

Croyle asegura que necesitaron alrededor de 450 intentos, durante un año, para encontrar una formulación que pudiera suspender virus y bacterias en una película despegable. A partir de ahí, incluso introdujeron alguna modificación más en los ingredientes para lograr que sequen más rápido, lo que permitirá “preparar un lote de vacunas por la mañana y enviarlo después del almuerzo”, afirma la doctora.

Explica en la carta que todas las vacunas almacenadas pierden su potencia con el tiempo. La velocidad a la que lo hacen depende principalmente de la temperatura a la que se mantienen. Hacer que las vacunas estén continuamente refrigeradas es difícil y costoso y, en algunas partes del mundo, “casi imposible”. Por lo tanto, “crear una vacuna que pueda almacenarse y transportarse a temperatura ambiente es una gran ventaja”. Los restos de las vacunas: 19,5 millones de jeringas o 143 toneladas de desechos de objetos punzantes

La comercialización de este sistema para proporcionar vacunas sin aguja no es sólo un impresionante avance desde el punto de vista de la salud pública, sino también al respecto del cuidado del medioambiente. Recuerda Croyle que la campaña de eliminación del sarampión de Filipinas en 2004, que inmunizó a 18 millones de niños en un mes, generó 19,5 millones de jeringas, o 143 toneladas de desechos de objetos punzantes y casi 80 toneladas de desechos no peligrosos: viales vacíos, envoltorios de jeringas, tapas, hisopos de algodón y envases. La película creada por ella y su personal investigador puede ser distribuida solo con un sobre que contiene la vacuna. Una vez tomada, no dejará rastro, “excepto por una población mundial saludable”, anota.

Las tasas de vacunación han mejorado en la última década, pero aún son demasiado bajas: 13,5 millones de niños no fueron vacunados en 2018. Esta nueva tecnología, comenta la profesora, “tiene el potencial de mejorar drásticamente el acceso global a las vacunas y otras medicinas biológicas”.

El objetivo es que las vacunas sin agujas que se toman como un caramelo duro puedan estar en el mercado en un plazo máximo de dos años.

20 MINUTOS (17/06/2020)

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